dimarts, 13 de març del 2012

Retocant la Història: Photoshop abans de Photoshop


La Història es reescriu constantment i a vegades es retoca. Els escrits, les paraules es  manipulen fàcilment i  es fa el mateix amb les imatges. Abans del retoc digital les imatges fotogràfiques també es podien manipular. Es tractava d’una feina més complexa que ara que requeria de la precisió d’unes mans molt hàbils. Normalment es retallava o s’incloïen a la nova fotografia els elements que es volien canviar, i els canvis es dissimulaven amb un aerògraf que difuminava imperfeccions per finalment tornar a fotografiar la imatge retocada.

En la fotografia original de 1920 Lenin enfilat en una tribuna situada davant del Teatre Bolshoi, arenga a les tropes soviètiques que es disposen a lluitar contra la recent nascuda Polònia, mentre Trotski observa des de l’escala de la tribuna. Després de la mort de Lenin (1924)  i de l’enfrontament successori entre Trotski i Stalin, amb el triomf d’Stalin i la caiguda en desgràcia de Trotsky, Stalin va manar  la damnatio memoriae de Trotski i la seva desaparició del record revolucionari. En la fotografia retocada han esborrat a Trotski de la imatge. L’any 1940, seguint les ordres d’Stalin, Ramon Mercader finalitzarà el procés assassinant a Trotski en el seu refugi de Mèxic. 

diumenge, 11 de març del 2012

De Giraud a Moebius



El 10 de març de 2012 ha mort Jean Giraud (1938-2012), i amb ell s’ha acabat la vida de dos dels millors dibuixants de còmic europeus. Perquè Jean Giraud era dos persones a la vegada: Gir, el dibuixant del còmic de l’oest protagonitzat pel Tinent Blueberry, i Moebius, el revolucionari creador de mons de ciència ficció. Només en una d’aquestes facetes va demostrar més talent que molts dibuixants durant tota la seva vida, però Giraud no va tenir prou i no va tancar cap possibilitat artística.


Impecable posant imatges als guions de Charlier sobre l’oest americà (un oest que beu de Sergio Leone), amb un estil barrocament realista. A partir de finals dels setanta es llençarà a la construcció de mons fantàstics sota la firma de Moebius, utilitzant una línia més simple, tot i que també realista, amb guions propis com en el cas del Garatge hermètic, Arzach o The Long tomorrow (font d’inspiració de l’atmosfera de Blade Runner), o d’altres autors, en especial d’Alejandro Jodorowski, amb qui va crear la sèrie Incal (on apareixerà per primer cop el Metabaró). Alguna de les idees més impactants i repetides amb posterioritat en el còmic de ciència-ficció s'inicien en Moebius.


Gran amant del cinema va treballar en el disseny de diverses pel·lícules de ciència-ficció: des del projecte frustrat de Dune d’ Alejandro Jodorowski, fins Tron, He-man, Alien, Willow o el Cinqué element (aquesta última amb Mezières, un dels pares de Valerian). 


dimarts, 6 de març del 2012

diumenge, 4 de març del 2012

La muerte de Superman, per Espido Freire


Fa uns anys El Mundo va editar una col·lecció de còmics de superherois, amb unes interessants introduccions. En un dels volums dedicat a Superman Espido Freire escrivia un article que em va interessar molt perque jo també vaig llegir La historia de Superman quan era petit.



El cómic, desencuadernado y manchado por las moscas, aún debe de pudrirse en el desván de la casa de mis abuelos. La última vez que lo vi, hará cinco años, mientras salvaba algunos libros de la humedad y del silencio, las hojas estaban combadas y renegridas, y decidí dejarlo allí, como se hace con las leyendas de los héroes olvidados que regresarán algún día para salvarnos.

La historia de Superman llegó a mi primo como uno de tantos regalos de verano, libros, sobre todo; le gustaba leer, cada vez podía moverse menos, y los mayores no se rompían la cabeza con los niños. Él era generoso con sus cosas, no tenía con quién hablar de sus historias como no fuera conmigo, y en las tardes inacabables de verano, mientras los mayores dormían la siesta, yo conducía su silla de ruedas hasta la sombra del manzano y allí leíamos los dos, en silencio, con una seriedad adulta, compitiendo por memorizar argumentos, por inventar luego juegos en los que los libros ya no contaban. Los devorábamos, extraíamos de ellos la savia y los abandonábamos secos y sin interés.

Pero Superman era otra cosa. No pertenecíamos a la generación que creció con el mito, el Ciclón de Krypton, los tebeos comprados por céntimos en el kiosko, ni tampoco continuamos leyendo sus historias cuando abandonamos la niñez. Se hecho, leer cómics resultaba ligeramente anticuado, sólo nosotros en nuestro entorno conocíamos al Jabato, al Guerrero del Antifaz, a Roberto Alcázar. Más tarde llegó Spiderman, siempre por las series de dibujos animados, y aterrizaron los bellos mutantes de la Patrulla X.

Para nosotros, Superman comenzaba y acababa en aquel libro, que recogía historias de los años cincuenta y ordenaba los hechos cronológicamente. Seguíamos al superhéroe desde que era un niño, lo veíamos aprender a volar, observábamos la ingenuidad de Luisa Lane, con sus elegantes trajes sastre de la época, hasta que llegábamos a las historietas que más me gustaban: las que narraban lo más cercano a un devaneo amoroso que íbamos a presenciar: “La novia de provinciana de Superman” y “La boda de Superman con Luisa Lane”.

Superman dividía el mundo en buenos y malos, y resultaba evidente con quién estábamos alineados los niños Freire, que matábamos moscas con el afán justiciero de los que se creen en posesión de la verdad y con la crueldad descarnada que aflora a los nueve años. Vivíamos en ese mundo en compañía de Superman, Flash Gordon y de Michael Knight, que conducía su coche fantástico las tardes calurosas de agosto y siesta. Queríamos ser ellos, éramos ellos, volábamos, dábamos puñetazos a los villanos, poseíamos rayos equis en los ojos y aún no nos habíamos dado cuenta de que yo era una niña y de que mi primo no saldría jamás de su silla de ruedas. En los años de las promesas aún creíamos que cuando creciéramos podríamos ser lo que quisiéramos, yo astronauta y mi primo constructor de naves espaciales, yo poeta y él el científico que inventara la máquina del tiempo, siempre huyendo los dos, escapando de los mayores, la siesta, la enfermedad y la prisión de la infancia, sintiendo que éramos, como Superman, extraterrestres.

Durante el resto del año Superman se adormecía en un sueño de kriptonita, mientras yo asistía a la escuela, estudiaba solfeo y cambiaba de mes en mes cartas con mi primo, que se quedaba en el campo, sin colegio, sin compañeros, con los libros y las historias que había recolectado en verano y con los planos de las naves espaciales. En una ocasión, el héroe regresó; mi hermana me llevó a ver la película, la segunda parte de Superman, donde un Chistopher Reeve guapísimo y de ojos de zafiro renunciaba a sus poderes para pasar la noche con Lois. La fascinación por Superman, al que nunca más pude poner otro rostro, llegó a su punto culminante: compraba la bebida que regalaba los puntos Superman, escribía historias sobre Superman, e incluso se me pasó por la mente robarle el libro de cómics a mi primo.

Pero los años borran todas las pasiones, y de pronto crecimos, y no nos interesaban más las plantas que los héroes con capa, los tenistas que los actores, hacer antes que imaginar. Yo era una niña y sospechaba que no encontraría a nadie que me salvara de los villanos. Y él se enfrentaba a una existencia en la que cada año era un regalo, en que había que alegrarse porque aún conservara movilidad en la mano izquierda y pudiera usar un ordenador. Ya no existían consuelos, sólo aficiones, sólo modos de matar el tiempo hasta que acabara matándonos.

Mi primo murió el mismo año que murió Superman. Debía adivinar las señales, unos días antes habían narrado en los telediarios su muerte a manos de Doomsday, la mañana en la que murió yo me había acercado a un mercadillo donde vendían cómics destrozados del hombre de acero. El mundo se emborronó, mi primo moría a los veinticuatro injustos años, yo continuaba viva, de pronto Chistopher Reeve caía de un caballo y terminaba también en silla de ruedas. Las historias se convertían en una sola historia, sueños de volar, y hombres inmóviles, todo lo mismo, había ocurrido ya, continuaría ocurriendo.

No me engañaron cuando Superman reapareció. Fuera quien fuese, no era ya mi héroe. Mi héroe volaba, y había muerto, no había volado nunca y había muerto, apenas tuvo tiempo para caminar y había muerto. Ya no merecía la pena inventar mundos felices ni superhombres justicieros. Las historias iban a ser, desde aquel momento, únicamente para mí, que ya no pensaba en convertirme en astronauta, que no podría ser poeta. Los superhéroes se sienten muy solos bajo las gafas y un nombre inventado.

Olvidé allí el cómic, como se hace con los malos augurios. Acogí en mi casa, parientes pobres, a los libros que más le gustaban, Poe, Stevenson, Sinkiewitz, Joyce. Dejé las ruinas de otra época, el traje roto del héroe que podía volar.

Ralph McQuarrie, l'art d'Star Wars


Ralph McQuarrie, caracteritzat com a Pharl McQuarrie, a L'Imperi Contraataca   
El 3 de març de 2012 va morir a l’edat de vuitanta-dos anys Ralph McQuarrie (1929-2012),  il·lustrador especialitzat en el gènere de ciència-ficció. George Lucas el va cridar el 1976 per col·laborar en el projecte de portar a la pantalla la Guerra de les Galàxies (1977). Seguint les instruccions de George Lucas Ralph McQuarrie va començar a treballar en una sèrie de dissenys gràfics que servirien per crear els decorats i els personatges. Es tractava de plasmar gràficament les visions de Lucas.


McQuarrie va crear el disseny dels robots C3PO i R2D2, l’Estrella de la Mort, el Vehicle de Sorra dels Jawas, els Bandits Tusken o Darth Vader.

També va contribuir al disseny dels personatges i vehicles de Battlestar Galactica, sorgida a partir de l’èxit d’Star Wars.


El millor llegat són els seus dibuixos. Que la Força l'acompanyi...


La tomba de Tolstói, un racó de felicitat


Stefan Zweig recollia la impressió que li va causar la visita a la tomba de Tolstói:

Perquè no he vist a Rússia res tan imponent i corprenedor com la tomba de Tolstói. Aquest lloc de pelegrinatge  està situat en un lloc apartat i solitari, incrustat al bosc. Un corriol estret porta fins al túmul, que no és sinó un quadrat de terra amuntegada, que no vigila ni guarda ningú, tan sols li fan ombra uns quants arbres altíssims. Segons que em van explicar la seva néta davant la tomba, els havia plantat el mateix Tolstói. El seu germà Nikolái i ell havien sentit explicar de petits a una dona de poble que allà on es planten arbres es converteix en un lloc de felicitat. I així, mig per jugar, van plantar un quants rebrots. Fins més tard no es va recordar l’ancià d’aquella promesa meravellosa i tot seguit va manifestar el seu desig de ser enterrat sota aquells arbres que ell havia plantat. Es va fer d’acord amb la seva voluntat i la seva tomba es va convertir en la més impressionant del món gràcies a la seva corprenedora senzillesa. Un petit túmul rectangular enmig d’un bosc, ombrejat per uns arbres florits... Nulla crux, nulla corona! Cap creu, cap làpida, cap inscripció. El gran home, que com cap altre havia patit pel seu nom i la seva fama, va ser enterrat anònimament, igual que un rodamón trobat per casualitat o que un soldat desconegut. A ningú no li és privat d’acostar-se a la seva tomba; el petit barri de fusta que l’envolta no és tancat. Res no guarda la quietud d’aquell home inquiet si no és el respecte dels homes. Mentre que normalment la curiositat els empeny a contemplar la sumptuositat d’una sepultura, allà, la contundent senzillesa allunya la tafaneria. El vent brogeix com paraula de Déu damunt la tomba de l’anònim; cap altre veu; un hi podria passar pel davant sense saber res més que allà hi ha enterrat algú, un rus en terra russa. Ni la cripta de Napoleó sota l’arc de marbre dels Invàlids ni el sepulcre de Goethe al panteó dels prínceps ni cap de les tombes de l’abadia de Westminster no impressionen tant pel seu aspecte com aquesta tomba que commou pel seu anonimat, magnífica en el seu silenci, perduda en un bosc, envoltada tan sols pel xiuxiueig del vent, sense missatge i sense paraules.

Setefan Zweig, El món d’ahir. Memòries d’un europeu (traducció de Joan Fontcuberta), pàgines 409-410



Quan he descobert aquest fragment he recordat els dos últims llibres que he llegit, ja que hi ha alguna idea de cadascun en el fragment  de Zweig. Per un cantó el final de Quanta terra necessita un home? té una clara relació amb la pròpia tomba de Tolstói. D'altra banda, el fet de la celebració de la natura, i que un lloc on es planten arbres esdevingui un lloc de felicitat és una idea que remet al llibre L'home que plantava arbres. Tant Tolstói com Giono celebren els arbres i la natura com una mostra de vida i de felicitat. 

dissabte, 3 de març del 2012

Quanta terra necessita un home? de Lev Tolstói



¿Cuánta tierra necesita un hombre?, de Lev Tólstoi, és segons James Joyce el millor relat mai escrit. Narra la història de Pajom, un camperol que no està mai satisfet amb l’extensió de terra que posseeix: quanta més terra té més terra necessita. És una paràbola sobre l’ambició i la frustració de l’ésser humà. Quan sap que els habitants d’una llunyana regió, els baskhiris, li donen tanta terra com pugui recórrer en un dia no ho dubtarà i intentarà abastar la major part possible per comprovar que la terra que necessita un home no són més que tres arshines. 


Malgrat que es va escriure al 1866 el relat manté la seva vigència en l’actualitat i la seva lectura és una vacuna contra la manca desmesura que ho regula tot: el capitalisme, la relació amb el planeta, amb els altres i que moltes vegades ens arrossega a la infelicitat amb nosaltres mateixos. He llegit aquest llibre després de L’home que plantava arbres?, i m’ha resulta interessant comparar els dos protagonistes: Elzéard Bouffierd, l’home que plantava arbres, no necessita terra, només necessita millorar el món que l’envolta i és feliç des de la generositat mentre que Pajom necessita de la possessió però no és capaç mai de tenir-ne prou i sempre és infeliç.

La brevetat del llibre fa que es llegeixi en un moment però la profunditat de les seves reflexions fa que pensis durant molta estona després d’haver-lo acabat. L’edició de Nordicalibros està bellíssimament il·lustrada per Elena Odriozola.